Eastbound and Down
Hace cinco años Jordan Hill, Ben Best y Danny McBride parieron con un presupuesto ínfimo y mucho talento, The Foot Fist Way, comedia irreverente que retrata la patética vida de un egocéntrico maestro de taekwondo, su confrontación hacia las desavenencias que se le van cruzando por el camino y las revelaciones que le guían hasta la redención y victoria final. La película, que fue distribuida gracias a que la inseparable pareja que forman Will Ferrell y Adam McKay cayeron rendidos ante ella nada más verla, desarrolla ya muchas de las características que más tarde plasmarían en la serie que nos ocupa, Eastbound an Down (HBO, 2009-...), convirtiéndose ésta en una especie de secuela moral. La incorrección política llevada al extremo, la masculinidad primaria que impregna todo el relato y la radiografía de lo zafio como aglutinamiento donde reconocer y exponer lo peor de cada casa. Eso es Eastbound and Down.
Eastbound and Down es la historia de la falsa redención de Kenny Powers (Danny McBride), ex futura promesa del baseball profesional que vuelve a su ciudad natal cuando su caída desde el estrellato ya no tiene marcha atrás. Una vez allí, se reencontrará con la familia que le queda, su hermano, viejos amigos y su antiguo amor de instituto, cuya reconquista será el motor que inspiren las acciones de Kenny. Una falsa redención, digo, porque enfrascado en su egocentrismo y delirios de grandeza injustificados, Kenny Powers no hace nada relevantemente significativo para ganarse tal final. Y es que incluso cuando las cosas parecen salir como él espera, se las apaña para empeorar más, si cabe, la situación, entrando en una espiral de autodestrucción de la que difícilmente poder escapar.
Las dos, por ahora, temporadas de la serie se conciben como dos grandes películas divididas en un puñado de episodios, seis y siete respectivamente, y en ambas se formulan de diferentes formas ese camino a la redención que su protagonista está convencido que merece. Si al final de su primera temporada asistimos a como Powers tiene que deshacerse de un plumazo de todos los avances que había conseguido en materia personal, durante la segunda tanda de episodios de la serie se nos muestra su viaje a los infiernos y la cruzada personal que experimenta para volver al punto de partida idílico que se le presentaba al final de la primera temporada con la esperanza, veremos a ver, de demostrar que por fin Kenny Powers ha aprendido de los errores. Cosa que podremos comprobar, o no, en la tercera y presumiblemente última temporada [1] que se estrenará en 2012.
El rey absoluto de la función es, incontestablemente, Danny McBride en la que parece ser su confirmación como super estrella después de haberse paseado como secundario por la mayoría de las mejores comedias cinematográficas de los últimos años. Pero a la vez, y con el pasar de los episodios, se va engrandeciendo la figura de Stevie Janowski (Steve Little), antiguo compañero de instituto que representa los últimos aires de grandeza de la figura de Powers y cuyo desarrollo de grupie perdidamente devoto hasta verdadero sidekick y compañero de viaje es otro de las múltiples aciertos de la serie.
Que no les engañe la caspa y que su localismo no les confunda, porque Eastbound and Down es directa como un escupitajo, certera como un puñetazo en la cara y honesta como un par de borrachos. Se trata de brutalizar, ensuciar y ridiculizar el mensaje para hacerlo accesible, nunca para despreciarlo. Y para, si entran en la propuesta, ofrecer buena diversión sin ataduras ni complejos.
[1] Así al menos parece indicarlo el propio McBride en estas declaraciones que recoge Entertainment Weekly.