El final de The Office llegó tarde, pero llegó bien


Nueve años en televisión son muchos, puede que demasiados. Y más para una comedia que siempre tuvo problemas de equilibrio en su tono y que tardó una temporada entera en empezar a definirse. Cuando The Office se estrenó allá por 2005 se enfrentó a muchas dificultades, muchas de ellas provenientes de su condición de remake. La serie original creada por Ricky Gervais y Stephen Merchant aparte de ser pionera y  poner de moda en televisión el estilo del falso documental presentaba como protagonista de una comedia a un personaje odiable y totalmente falto de empatía. El primer error de The Office (US) fue el de trasladar casi página por página el piloto de la versión británica y presentar las frases de David Brent en boca del Michael Scott de Steve Carell.

El propio Greg Daniels, el creador de esta The Office, acabaría reconociendo que ni él ni su equipo sabían como afrontan la escritura de Michael. Estaba claro que si la serie quería tener alguna posibilidad de crecer era separándose radicalmente del concepto de protagonista de la versión original. Y entonces dos cosas ocurrieron eses verano. Primero, Virgen a los 40 se estrenó y llevó a Steve Carell al estrellato mundial lo que ayudó a que, segundo, tras un estreno bastante discreto y unas generales malas críticas, las descargas en iTunes de la serie se dispararan.

Y fue la interpretación de Carell en Vírgen a los 40 en la que los guionistas de la serie se centraron para crear la concepción del personaje que ahora tenemos. O mejor dicho, las concepciones. Porque al igual de lo que pasaba con sus episodios, el personaje de Michael Scott tenía varias caras. Desde un bufón con la personalidad egoísta de un niño mimado a un sensible adulto que lo único que ansiaba era convertirse en un padre de familia. Durante muchos años su familia eran sus empleados, por los que se desvivía demasiado, anteponiendo su bienestar al de los demás. Es por ello que la despedida de Carell de la serie fuera tan satisfactoria. En Goodbye, Michael Daniels y los suyos se las apañaron para meter en un solo episodio todas las caras de Michael Scott y darle la oportunidad de conseguir sus metas. Aunque para ello tuviera que alejarse de su amada oficina, dándole la oportunidad de cerrar el círculo de su viaje existencial. Un círculo que le alejaba de Scranton. Algo en lo que vuelve a recurrir la serie en su final [1].




Porque la serie no se llama Michael Scott, si no The Office. Y aunque indudablemente Goobye, Michael podría haber funcionado perfectamente como series finale, que lo hace, y aunque la calidad de esta, que ya estaba en horas bajas por entonces, no haya dejado de caer, Finale representa un broche de oro como cierre a nueve años de emisión. En general, la vuelta de Greg Daniels para esta última etapa  y la toma de un cierto tipo de decisiones le devolvió a la serie reminiscencias de su glorioso pasado. El deshechar la idea de Andy como jefe de la oficina, una decisión errónea desde el principio que se cargó al personaje de Ed Helms al intentar, sin éxito, traer de vuelta el espíritu de Michael, el abordar sin miedos la realidad del documental y llevarlo a sus últimas consecuencias y, sobre todo, el volver a cargar toda la responsabilidad dramática en la relación de Jim y Pam son tres excelentes ideas que han permitido a la serie desarrollar un último arco argumental que ha degenerado en el final más adecuado que se le podría dar a la serie.

La verdadera columna vertebral de la historia, donde siempre ha estado apoyada, es la relación romántica entre Jim y Pam. En menor medida la relación de Dwight tanto con Michael al principio como con los Halpert después también ha sido importante (más en su final), pero la historia de amor entre la recepcionista y el vendedor bromista siempre fue el motor emocional de The Office. Una relación con el público que tan bien ha sabido captar este final de la mano de un ejercicio de meta ficción ejemplar con la inclusión de una ronda de preguntas por parte de los fans del documental que durante todos estos años la PBS ha estado grabando en una pequeña oficina de una empresa de papel situada en una humilde ciudad.

Y al igual que con Michael Scott, el futuro de Pam y Jim se encuentra irremediablemente lejos de Scranton, alejados de la conformidad laboral del trabajo de oficina. Todo lo contrario que en el caso de Dwight, cuyo final feliz es justo ese, el de una vida tranquila fuera de sorpresas en la que poder compaginar el éxito familiar y laboral. Pero además este final de serie se encarga muy bien de ofrecernos un último vistazo al resto de personajes, esos que en el principio no eran más que figurantes y que al final se hicieron un hueco en cada episodio y funcionaban siempre como el complemento cómico perfecto. La estupidez y bonachonería de Kevin, la relación destructiva de Kelly y Ryan, la arrogancia de Angela, la adorabilidad de Erin, el patetismo de Andy o las excentricidades de Creed son otra parte de la serie que cada vez se volvió más esencial y que han tenido cabida en este equilibrado final.


El final de The Office cierra el círculo de esa pequeña serie que pasó muy inadvertida en 2005. Ofreciendo lo mejor que podía ofrecer y volviendo a manejar muy bien el pulso entre la comedia y el sentimentalismo, la serie se despide dando la sensación de que no había mejor final posible. Es cierto que no siempre ha manejado bien ese pulso, sobre todo en sus últimos años, pero la verdad es, sin embargo, que durante un tiempo The Office fue una de las medias horas más brillantes que ofrecía la televisión americana.

Y es que nos mostró una relación dulce, genuina y francamente hermosa con Jim y Pam. Nos dejó personajes complejos que a la vez eran graciosos. Muy graciosos. Nos regaló a Michael Scott y a un maravilloso reparto. Nos abrió una ventana a la monotonía y el absurdo de la vida de oficina, algo con lo que muchos de nosotros podría identificarse. Nos avergonzó con una gran cantidad de situaciones incómodas, muy incómodas. Nos presentó, entre muchos otros, a Dwight, Angela, Kelly, Ryan, Creed, Toby, Darryl, Phyllis, Kevin, Oscar, Andy, Erin, y Meredith. Y lo más importante es que se nos dio algunos de los episodios y momentos más hilarantes de la televisión de los últimos años. Sorprendentemente duró nueve temporadas y, sí, hubo altos y bajos increíbles y momentos desastrosos pero al final, en palabras de Michael Scott, lo único que puedo decir de esos momentos es que: "Todos ellos. Los quiero a todos. Todos y cada uno de ellos."

The Office partió de un concepto ordinario, lo convirtió en su insignia y creció alrededor de él. Y ese es su mayor mérito, porque hay mucha belleza en lo ordinario. ¿No es ese el punto?

[1] Lo que nos lleva a la no tan sorprendente aparición de Steve Carell en este último episodio. Un cameo excelentemente llevado por no quitar la atención al resto y regalarnos, en dos únicas frases, un emotivo epilogo del personaje.