James Gandolfini (1961 - 2013)
Imagino que convertirte en una estrella mundial de la noche a la mañana no es algo fácil de asimilar. Y posiblemente por ello, cuando esa noche de junio de 2007 Los Soprano dejó boquiabiertos a doce millones de personas, James Gandolfini decidió dar un paso atrás y dedicarse a la producción y a elegir los papeles con mimo y a cuenta gotas aún sabiendo que la cadena que le dio la fama eterna le pondría un cheque en blanco, si era preciso, para que volviera al trono que había desocupado. Pero, evidentemente, no era cosa de dinero, si no de sensaciones. Y justo ahora, pocos meses después de saber que sí, que los rumores eran ciertos, que los caminos de HBO y Gandolfini iban a cruzarse de nuevo, justo ahora un infarto ha terminado con su vida.
No era un desconocido pero la fama le llegó tarde en forma de caramelo al convertirse en Tony Soprano, el protagonista de la serie más influyente de la era moderna de la televisión. Su arrebatadora presencia en pantalla atraía la atención sobre él desde el primer minuto, pero, como su personaje, su capacidad actoral estaba repleta de pequeños y sutiles detalles. James Gandolfini consiguió interpretando al patriarca de Los Soprano reinventar la figura del mafioso ficticio. Descubrimos que la dureza era fachada, y que detrás de ella se encontraba un personaje inestable lleno de inseguridades y complejos. Durante años David Chase jugó con nosotros al gato y al ratón a sabiendas que por muy deplorables que fueran las acciones de Tony siempre, por unas u otras cosas, siempre acabábamos cayendo antes sus pies. Esa inseguridad del personaje nos llevaba de la mano como seres empáticos que somos y nos hacía sentirnos compasivos ante la temible figura del líder de hierro que, en realidad, era un manejo de nervios que no poseía ninguna cualidad agradable. Y aunque todo ello salía de la mente de Chase era Gandolfini el que lo ponía en marcha, el que dignificaba las palabras de su jefe y amigo. Y comprendo que es difícil que lo que voy a decir no suene a vacío halago dadas las trágicas circunstancias, porque la condición humana siempre nos hace exagerar y loar en exceso al finado, pero lo que hizo James Galdonfini con Tony Soprano es la mejor actuación vista en una serie de televisión en los últimos quince o veinte años.
Cuando en 2004 acudió a Inside The Actor's Studio se mostró como un hombre tranquilo, reservado incluso, y poseedor de una personalidad arrolladora. En una charla en la que muchas veces se mostraba emocionado y agradecido con todos los halagos que, merecidamente, James Lipton le regalaba le terminó confesando al veterano presentador que al leer por primera vez el guión de Los Soprano rompió a reír porque no imaginaba que ni en sus mejores sueños fuera capaz de interpretarlo, no ya de que le dieran el papel. James Gandolfini demostraba que era todo lo contrario al personaje que le había hecho famoso y rico. Humilde, con la cabeza sobre los hombros y con un código de valores muy marcado. Nos siguió regalando pequeñas dosis de su trabajo en películas como In the Loopn o Killing Them Softly, como ya hizo antes en The Mexican o True Romance, siempre rehuyendo de ese gran papel protagonista que parecía que siempre estaba por venir y que estuviera a la verdadera altura de su talento.
Ganador de cinco premios Emmys, tres por mejor actor de drama por Los Soprano y otros dos como productor del documental Alive Day Memories: Home from Iraq y la película para televisión Hemingway & Gellhorn, James Gandolfini ha fallecido joven, a los 51 años. Pero gracias a su trabajo en televisión y cine siempre será eterno. Le regaló al mundo su enorme talento, ese mundo que observaba desde sus entornados ojos de mirada taciturna. La pantalla se ha fundido en negro de nuevo pero me temo que está vez no deja dudas. Descanse en paz.